Hace pocas horas, parapetados desde las respectivas camas enclavadas en los correspondientes desórdenes de cada habitación y con la comodidad y cercanía que provee un auricular y un tabaco desvelado en compañía, Marín y yo divagábamos como de costumbre e intentábamos darle cause, explicación ó coartada a los por qués y a los cómos que a cada uno se nos agolpan justo entre la epiglotis y la tráquea, ahí donde las cosas hacen puerto y se afianzan entre sí con nudos marineros, quedándose varadas más allá del tiempo necesario o sugerido
Así las cosas, entre saques y reveces, dimes y diretes y sin haber llegado a ninguna solución definitiva, a Marín se le ocurrió emular aquello a lo que algunos devotos recurren cuando buscan respuesta en los libros correspondientes a sus dogmas, en éste caso ella tomó de entre su vasta y bien nutrida selección de libros a Rayuela, sugiriéndome que escogiera Capítulo y Párrafo al azar con la esperanza de encontrar alguna solución alternativa, o por lo menos paliativos que amainaran los aires de tormenta y las ganas de mandar directito al diablo a quien osara aparecerse en la puerta la próxima vez, ó por lo menos mientras dure el desencanto recurrente
Capítulo 2, Párrafo 5 -le dije-, siempre tengo ese par de números en la punta de la lengua, una de mis tantas cábalas de antaño; He aquí pues el resultado de jugar ruleta rusa con letras y palabras a muy entradas las horas del Antes Meridiano…
“No había un desorden que abriera puertas al rescate, había solamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y a pelo, una mujer que me pasaba su mano fina y transparente por los muslos, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba.”
Rayuela (Capítulo 2, Párrafo 5)
Julio Cortázar
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