viernes, 25 de enero de 2013

Cometa

Acostumbrado ya a verle la parte posterior de su existencia, su nuca, su espalda, sus tobillos y la suela del calzado que lleve puestos al momento de emprender de nueva cuenta, el viaje a alguna ruta alterna que la alejen por unos cuántos días -ó algunos tantos meses- del ruido que provocan los cristales al romperse


A la fecha ya son años de mediar la fuerza con la que hay que agitar el brazo de un lado al otro pañuelo en mano, sin saber a ciencia cierta si el brazo en cuestión se distinga de entre el resto de la gente a la distancia, siempre a la distancia, viviendo cada cual al lado del caudal del río que le toca

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Lealtad, así, tal cual, sin una letra menos ni una más de sobra, la última palabra que goteó de la punta de sus dedos me dejó más dudas que respuestas, nunca supe por qué esa y no alguna otra, habiendo tantas a elegir de aquellas que han salido de su boca o de la mía


Lealtad a qué, a quién ó quiénes, nunca supe, quizás sea lealtad a ella misma y a nadie más, a lo que ella es, a lo que sabe, a lo que cree, a lo que vive, a lo que quiere, a lo que espera que suceda uno de éstos días, en los que a la gente no les gane la ansiedad que viene de la mano con las prisas que dan por pedirle que se quede a tomar con calma aquella taza de café que deja tibia

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Su estela, fugas, calcinante, destellante tal como ella misma, y detrás de sí un manojo de días tanto buenos como malos, atados entre ellos con tanta fuerza, inseparables y coexistentes; No podré mentir, siempre han sido muchos más en cantidad los primeros que los segundos, y es que a final de cuentas -y del cuento-, los días malos siempre habrán de depender del cristal con que se miren


Sin embargo siempre la he sabido así, a ultranza, desde el mismo momento en que aprendí a deletrear su nombre por completo y sin dislexia, al derecho, al revés y viceversa, con los labios abiertos o cerrados, con los ojos, de pie, sentado, con la cabeza dando tumbos por tantos lados


No culpo a nadie, ni a ellos ni a ella, nunca lo he hecho del todo, quién soy yo para ser juez y parte; Y es que quién no quisiera bordarla a mano al manto y tenderla de la luna por las noches, verla ahí, quieta un momento, así como los navegantes no pierden de vista a la estrella polar, para así navegar sin temor de errar el rumbo a casa


Gitana como casi todos nosotros en algún punto de nuestras alrevesadas vidas, las actuales y anteriores; Quererla anclar a un solo sitio sería tan inhumano y poco natural, como intentar envasar a granel luciérnagas en frascos vacíos de albaricoque, dejarla ahí, mientras se consume poco a poco iluminando la parda noche


Sería un exceso de soberbia el pensar que uno solo por sí mismo, ó un punto inamovible sobre el mapa, podría contener todo aquello que cualquier otro pudiera llegar a ocupar en algún momento dado; Tan lo sé, que yo lo mismo haría, saldría a caminar solo por hacerlo, si Comala algo me ha enseñado con el paso de los días, es que…”Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver.” Por lo menos no tan pronto todavía


Ni siquiera yo, con todo y estas cutres letras, que son más de ella que mías, podría asegurar sin siquiera titubear un poco, que el día de mañana habré de abrir los ojos en el mismo lugar donde los habré cerrado; Estas sonrisas que ahora cargo, aunque se vean de carnaval, son solo para el uso cotidiano


Aún así, sabiéndola itinerante y fugitiva, siempre espero a que a su vuelta aparezca con una letra punzándole en la punta de su lengua, quizás más una vocal que una consonante.

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