lunes, 15 de julio de 2013

Le Résistance

"Espera! No empieces la Revolución sin mí"

Y entonces llega la lluvia, y el cigarrillo, y estas ganas, y se queda la humedad, el humo, y las mismas ganas. Yo no sé muy bien de runas, psicomagias, alquimias, signos, cartas astrales, requisitos familiares, fiscales ni destinos. Yo solo sé, que cuando en Macondo llueve, la tierra huele a ti y a la canela de tus formas, a alpiste fresco, a baños de miel y luna en cuarto menguante. Coincidirte cada vez es encontrarme a mí mismo escondido en alguna de tus partes. Allí, agazapado como un ratón de alacena entre excentricidades, caprichos ocasionales y manías de niña mimada, en tu tono alzado e insolente cuando sientes la espalda entre la pared y argumentos desgastados, cuando se pide más de lo que está dispuesto a darse, cuando se espera más de aquello que se tiene. Sé bien qué tanto duele verme arder así con estos ojos pardos, cuando intento persuadirte de cómo es que debieran ser las simples cosas, que siendo aun así de simples, no suceden.

Desde pequeños nos enseñaron a no tocar, a no brincar, a no gritar, a mostrar buenos modales en la mesa y a pedir las cosas sin hacer ningún berrinche. Bien pues, de grandes aprendimos volando que se vale tocar, brincar, gritar y que no hay mejor lugar para perder los buenos modales que encima de una mesa, que algunas cosas llegan por sí mismas si uno ha sabido cómo provocarlas, y en contra parte, algunas otras pasan una sola vez tan cerca de los ojos. Que amar debe hacerse siempre con la boca abierta y el corazón desnudo, sin pólizas de garantía ni pronósticos reservados. De grandes aprendimos, que es mejor ser uno mismo y morir en el intento, que calzar en la versión obtusa de aquellos quienes no supieron nunca cómo hacerlo.

Es difícil encontrar cofradías de lunáticos en estos tiempos tan tristemente cuerdos. Pertenezco a las calles adoquinadas, a los muros enmohecidos cayéndose a pedazos con el paso de los años, a las lajas de pintura desprendiéndose de marcos de madera, a las aldabas corroídas. Pertenezco a las tardes de lluvia cuando todo el mundo corre en frenesí a buscar refugio, dejando ver las calles tras de sí llenándose tranquilamente de agua. A los pedazos de tierra donde el hombre ha fallado en su intento de imponer suntuosas y estorbosas tienda de autoservicio, a esos lugares donde lo reciben a uno con un café negro y cenicero antes de tomar la orden. Me sé parte de la historia que cuentan las yemas de estos dedos cuando no se duermen, me sé en complicidad con algo más grande que las ganas de buscarme algún otro sitio diferente. Siempre así, un sí tan asertivo que congela hasta la médula a aquellos quienes ven por suficiente un quizás o un veremos.

Es por amor y con él, con lo que uno mismo se va tejiendo el manto con el que habrá de arroparse toda la vida., Así pues, acabo vaciando aquí cualquier teoría remanente y remendada en donde crea fervientemente, en lo bueno que sería alguna vez coincidir y retomarnos en algún capítulo inconcluso, por ahí del 877 en adelante. Donde ya somos conocidos de muchos años y nos hemos visto llorar por otros tantos y también por nosotros mismos. Donde ya nos hemos mentado la madre de verdad, al menos una de ellas tan en serio y con toda la intención de haberlo dicho. Ciertas cosas se joden irresponsablemente, de manera monumental, innecesariamente, casi irreparablemente, dejadas al azar y a la fortuna que decida la decidía o el mes en turno. Es un cuadro que uno mismo pinta en carboncillo o acuarelas con todo aquello que le quede todavía embadurnado en la paleta, tan abstracto o hiperreal como uno alcance a recordar al levantar la vista y girarla un poco, unos cuantos grados hacia el sur. Pero si algo debe saber Señora mía, o si es que algo resta por saberse todavía, es que este fiel creyente suyo tiene a bien por cábala, encomendar su paso y su jornada cada día ante su estampa.

Somos lo que queda en pie de un Chalet convertido en Pied à terre, punto de escape cuando la ciudad se nos viene encima, tan de bulto, cuando la gente habla entre dientes, cuando las grandes ideas no encuentran espacio suficiente en lo estrecho de la frente de otras mentes, cuando los colores se degradan al punto de perder contraste, ahí donde la otredad se siente como en casa, se pone ropa holgada y se olvida de las poses y el glamour. Te leo, releo y vuelvo a leerte nuevamente, y es ahí cuando el corazón da un vuelco de cabeza y comienza a gotearte hasta casi secarse por completo, ciruela pasa carmesí. Tus letras son petardos que estallan en las manos dejando tras de sí muñones palpitantes y unas ganas inmediatas de volver a retomarte desde el prólogo hasta la última de tus hojas. Tienes de esos ojos para tomar de ellos un par de tazas por las mañanas a la hora del desayuno, sí, así las cosas.

A estas alturas ya caducó la indignación del abandono y prescribió cualquier acuse de delito cometido alevosamente o alegando ingenuidad, a estas alturas tu nombre no debería de aparecer tanto o tan seguido en las cosas más triviales como anuncios comerciales, citas o personajes ficticios de TV. Comienzo a preguntarme si es que tan en boga está, eso de llamarle a las musas por tu nombre, o si acaso el alfabeto sufre a su corta edad, de una irremediable pérdida prematura de su vasta melena de vocales, dejando crucigramas incompletos en su almohada al levantarse.

Como siempre, estas letras son tuyas, tan tuyas que pinté mi casa del color de tus ojos, por si alguna duda queda.


-Y sí, hay que ser muy Piscis o hay que ser muy Tauro algunas veces.