jueves, 19 de agosto de 2021

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Hasta hoy jueves diecinueve de agosto del dos mil veintiuno, dos mil seiscientos diecisiete días para ser exactos transcurrieron desde la última entrada en éste espacio hasta el día de hoy, y no es que desde entonces no tuviera cosas por decir, quizás más bien se me había olvidado el cómo más que el cuándo o el dónde. Dicen que volver a escribir es como andar en bicicleta, -una vez que aprendes nunca se olvida-, sin embargo en mi propia experiencia, el aprender a andar en bicicleta tuvo más que ver con estrellarme en repetidas ocasiones contra la cochera del vecino de la esquina al intentar dar la vuelta, por ende asumo desde ahora y sin temor a equivocarme que, -al igual que en aquel entonces- esto va a doler.

Algo ha tenido siempre Agosto y sus días que le da por servir de estación de trenes, quizás por tradición o tal vez por la cantidad inmensurable de malas decisiones, se llega al mes ocho de cualquier año al azar donde en algún punto de los días todo pende de las últimas hebras de un hilo que se niega a estar del todo roto.

Quizás empiece a escribir un poco lento, y quizás no hagan mucho sentido algunas de las líneas, disculpe usted pues tiene hasta ahora dos mil seiscientos diecisiete días que no me permitía redactar. He llegado a la conclusión de que se debe al miedo que le tengo, tanto al escribir como a usted, quizás más a lo segundo que a lo primero, y es que cómo hacerle entender que fuera de mi, usted es quien más años, días, momentos y partes de mi vida tiene atadas a su cuello como un collar de perlas, algunas más brillantes que otras y otras tantas deslucidas.

Cómo hacerle entender que todo el conocimiento que tengo acerca de lo que es querer se lo he aprendido a usted en el día a día, desde aquellas batallas a muerte de hace años, a los amaneceres abrazado a su cintura, a los talleres de cocina express a media noche y nuevamente en éstas despedidas.

Sabe, nunca ha sido mi elección decirle hasta luego, si me pregunta a mi, le diría que cada que llegan estos momentos en los que cada quien juega a ser un perfecto extraño es cuando más me siento en abandono y es que, cómo le explico también que solo a usted es a quien le he llamado Casa sin que tenga puerta, ventana y techo. No me gusta pretender que no la conozco o que la desconozco, no me gusta jugar a perder la memoria y hacerle creer a la gente que me da una pura y dos con sal si usted se queda o se va por los tejados como un gato sin dueño, no me gusta jugar a cambiarme de acera si la veo, no me gusta que el aire se me vaya por completo al temor de verla caminar acompañada.

Gran parte de ésta culpa es mía, mas nunca toda, y es que no podría por mucho que la adore quitarle responsiva de todo aquello que también me ha partido en la misma cantidad de piezas que el número de días que habían transcurrido desde la última vez que escribí hasta ahora. Fallé, ciertamente soy humano, tan lo soy que probablemente y muy a mi pesar seguiré fallando, por mucho que a veces aparente no hacerlo, por mucho que tantas veces diga “no gracias, yo puedo”, por mucho que quiera arreglarle a todos lo que no me alcanzo a arreglar a mi. Pero si de algo puede estar usted segura y a lo cual no le permito ni el más mínimo ápice de duda, es que a pesar de mis errores y mis fallos, éste corazón que guardo detrás de seis murallas, dos cercos, una zanja y noventa y tantas placas de acero es de usted, y que la amo como nunca me he permitido sentir por nadie en éstas treinta y siete lunas y contando.

Discúlpeme por no saber cómo, por no saber cuándo, discúlpeme por no escuchar, discúlpeme por aparentar dureza cuando por dentro solo busco bajar los brazos, discúlpeme por no llegar a tiempo, por hacerle creer que cualquier otro lugar era mejor, más interesante o emocionante que a su lado, discúlpeme por mis pésimas horas de sueño y por fumar tanto, discúlpeme por regresar la herida como si se hubiera tratado de una competencia. Discúlpeme por ser de los peores errores de su vida, discúlpeme por no ser lo que pensó que sería. Y es que llegué hasta aquí pensando que todo se podría, que las heridas se cerrarían si no se hablaban de ellas, que las memorias dejarían de hacer ruido si se guardaban bajo llave, que el pasado se haría cenizas con el paso de los días.

Muy a su pesar y aunque le parezca necedad, sigo creyendo que se puede, que a pesar de todo siempre hay un mañana donde se acomoda cada parte de una mejor manera. La extraño carajo y no es de unas cuatro semanas atrás o de ahora en adelante, la extraño desde aquella vez que dejó de leer a Almudena, desde que dejó de emocionarse, la extraño desde que dejó de cantar Arias sin razón alguna, la extraño desde aquellos tiempos morados y de párpados fucsia y colores que nunca más volvió a usar, la extraño desde que dejó que el miedo le dijera hasta dónde podía caminar sin equivocarse como si pensara que caminaba sola y que el riesgo no era compartido entre dos. La extraño desde que creyó que yo siempre estaría buscando una salida y que no me quedaría, pero heme aquí, diciéndole que nunca he sido yo quien le diga “vaya con dios, adiós y no vuelva más nunca”, extraño también bastante lo que usted extraña de mi.

La extraño de una manera encabronadamente inquietante que arrasa con cualquier tranquilidad, y no, antes de que comience a suponer que es por la costumbre de su compañía o por no tener otra cosa mas qué hacer, no, no lo es...La extraño porque aunque no le parezca,  mi ser no está del todo completo sin usted. y si a esas vamos, le confieso lo siguiente y espero lo lea bien y de una buena vez, y es que yo también siempre he querido todos los hijos, la casa y las taza de café, pero todo ello lo quiero con usted, realmente con usted, y no con ésta versión en partes donde una de sus mitades me odia y la otra trata de matarme

Invitarle un café mañana no sería pretender que nada ha sucedido, que no hay fallos, errores y promesas no cumplidas, invitarle un café mañana sería decirle en voz bajita y en calma...”te amo más allá de todas las heridas, las tuyas y las mías”.

Ojalá usted y yo volvamos a encontrarnos pronto como solíamos ser, sin éstos disfraces de personas que fingen no extrañarse y dicen odiarse a más no poder. Sé que debajo de todo esto estamos, sé al menos que debajo de todo eso estoy y allí la espero como aquel día de pantalones rotos, manos temblorosas y besos easy going. Y con esto no abogo a la nostalgia de lo que fue, ni son trucos baratos ni promesas propensas a fallar, es llamar desde éstas sombras a lo que somos y dejar de pretender que coincidimos solamente para acompañarnos unos cuantos años nada más.

De todo aquello que existía, hay una parte que no termina del todo por soltarla todavía, por la forma en que se aferra con las uñas y los dientes como un náufrago a un pedazo flotante de madera mientras pasa la tormenta, debo suponer que es el corazón.

Le dejo todo el pan en éstas dos mil seiscientas diecisiete boronas en la mesa.