“Él” es quizás de quien menos he hablado a lo largo de mis textos, a quien menos
cito y de los temas que más evito cuando se trata de hablar de mí y de todo
aquello que me da forma como ser humano, sin embargo es de Él de quien más he
aprendido en cuanto a “ser humano” se refiere, tiene esa misma esperanza
desbocada en que las cosas se habrán de solucionar, aunque todo apunte a lo
contrario
Lo que más me viene a la mente de él cuando lo pienso, más
allá de los claro oscuros, es ese característico andar de sus eternas, grandes
y pesadas sandalias negras de pata de gallo con una odiosa franja verde alrededor
de la suela, justo cuando se acercaba a nuestra habitación a despertarnos para
ir a la escuela; Era un sonido inconfundible, una especie alarma sísmica apocalíptica
que te iba avisando paso a paso que era hora de bajar de la cama sin hacer “jetas”,
arreglarse lo antes posible para después zamparte -más a fuerza que con ganas-
uno de sus famosos licuados de medio litro con leche, chocolate, huevo, cereal,
fruta y cuanta cosa más pudiera triturar la licuadora, admito que a pesar del aspecto
intimidante y poco atractivo que de repente tomaba aquella bebida en cuestión, era
bastante buena en cuanto a sabor se refería, aunque terminara cayéndome como bomba
atómica al estómago a tan temprana hora de la mañana, pero todo fuera por “no
salir de casa sin haber desayunado” como él siempre decía
Asiduo lector, mayormente de noticias, cultura, política, novela,
religión, tecnología y temas que construyan, caligrafía de molde envidiable –la
de “Ella” en manuscrita es simplemente perfecta-, cafeinómano matutino y
cervecero de hueso colorado; Cree dominar a la perfección el inglés y hablar fluidamente
las tres palabras que sabe en francés, de ambos dos, es él con quien se puede
contar para conversaciones largas y analíticas, “Ella” siempre ha sido más práctica, él la
sigue adorando con el alma, es un romántico empedernido y siempre sale a relucir
su corazón de pollo, fuma poco ó casi nada y cada que tiene oportunidad me
invita a dejar de encender cigarrillos tan frecuentemente, tiene como cábala el
tomarse el tiempo para orar antes de salir de casa aunque tenga prisa
Él es de las personas que más me ha enseñado de la vida
misma, de su respeto a la mujer y a los ideales, de la lealtad hacia la gente
que en verdad lo merece, su habilidad de poder reparar casi todo y la incesante curiosidad por saber cómo es
que funcionan las cosas, le recuerdo perfectamente una desvencijada caja de herramientas
azul metálico, llena de tornillos, cables, llaves y piezas de otras
reparaciones previas que guardaba por si acaso pudieran servirle para alguna
otra a futuro, le bastaba solo un martillo, unas pinzas y cinta negra para
arreglar cualquier desperfecto
Quizás fue su marcada tendencia a soñar con los ojos
abiertos lo que terminó repartiéndonos en diferentes lugares desde hace
bastantes años, supongo que la paciencia pierde la batalla ante el amor cuando
se esperan resultados de planes que no terminan por llevar a ninguna parte, al
menos es lo que quiero pensar, pues a pesar de los altibajos, siempre les vi
quererse como si no existiera nadie más para ninguno de los dos; A lo largo de
esos años me volví todo un experto en embalaje y mudanzas de emergencia, tenía complejo de gitano, llegué
a contar más de diez cambios de domicilio, algunos de ellos a media madrugada
para evitar toparnos con el arrendador a la mañana siguiente, lo cual conllevaba
a tener que empezar nuevamente con el tedioso ritual de hacer amigos temporales
mientras duraran las cajas sin tener que llenarse de nueva cuenta, y es que, él
deseaba tanto tenerlo todo que algunas veces perdía la perspectiva de lo que
era posible, nunca dudé que quisiera lo mejor para nosotros y para “Ella”, sin
embargo el solo hecho de desear tanto algo no siempre significa que suceda
Cuando era más joven, me parecía extraño que mis cosas se “descompusieran”
de repente y tuvieran que mandarlas “reparar” a otro lado, cuando se supone que
él podía arreglarlo todo con una cinta negra, unas pinzas y un martillo que
salían de aquella caja azul como si fuese una chistera, obviamente aquellas
cosas “descompuestas” no volvía a verlas nuevamente pues terminaban adornando
los estantes de alguna casa de empeño; No era edad para lidiar con licenciados,
con actuarios que entraban a la casa mostrando papeles que no entendía, mientras
pasaban lista de todo aquello que pudiera servirles para cubrir alguna deuda, la
ingenuidad se iba perdiendo poco a poco, y ese personaje que veía tan grande se
iba haciendo cada vez más pequeño ante mis ojos, supongo que sí, hay cosas que terminan
rebasando al amor, por más grande que éste sea
Aprendí entonces a bifurcarme, a pasar veinticuatros en una
casa y treinta y unos en otra diferente,
a lidiar con los comentarios mal intencionados de personas que veían y opinaban
de mi mundo desde una perspectiva distinta, a dormir en dos camas, a prescindir
cada vez más de “Él” pues la ciudades eran distintas al igual que los horarios,
fue quizás en ese entonces donde comencé a evitar enraizarme tanto, a mantener
distancias pues sabía o suponía que quizás en algún punto cada quien estaría por
su parte en otros tantos lados; Sin embargo debía estar donde tocaba y poner en
práctica aquella lealtad que tanto me había inculcado, así pues cerré filas y
asumí roles que no me correspondían pero que debían llevarse a cabo, tampoco
eran edades para asistir a juntas de escuela haciendo la labor que no me
tocaba, ayudar a hacer las tareas o buscar materiales para algún proyecto de
último minuto
Siempre tuve la duda de
qué podría haber sido más importante que vernos crecer, que estar ahí para ella, al
menos para ella puesto que el resto de nosotros quizás ya estábamos los
suficientemente “grandes” a nuestros doce años para esperar un poco más de él,
quizás ya habíamos tenido lo suficiente y era nuestro turno de hacer lo propio
y seguir adelante con lo que teníamos a la mano
Le amo como si nada de todo aquello hubiera sucedido, como
si hubiera estado cada vez que le he necesitado, como si aquella pelea antes de
mis veintes no hubiera llegado hasta los golpes, cuando le dije frente a frente
que no tenía autoridad alguna dentro de mi casa, puesto que no había tenido los
tamaños de ganarse de vuelta su lugar cuando tuvo todo el tiempo del mundo para
poder recuperarlo. Hay tantas cosas de él que forman parte de mi, algunas de
las cuales intento deslindarme de inmediato cuando me descubro a mi mismo
caminando por encima de sus propios pasos
Me duele verle batallar a sus edades
persiguiendo sueños que parecen escapársele de las manos a propósito cuando parece
sostenerlos firmemente, me duele verle sin raíces viviendo lejos de su gente,
de la gente que lo extraña y que desea verlo pleno y sonriente por las razones
correctas, me duele verlo sabotearse monumentalmente cada vez que parece que todo comienza a
tomar un rumbo fijo, me duele tenerlo a
ratos, en partes, cuando puede, cuando prefiere creer que nadie lo piensa y es entonces
que aparece con un vejo de tristeza en la mirada esperando comprensión de quien se ponga en
frente
Quisiera verlo tan grande como solía hacerlo cuando niño, quisiera se supiera él mismo tan grande como siempre ha sido y que uno se puede llenar de polvo más de alguna vez en esta vida, pero que siempre, irremediablemente se sigue adelante, que los sueños no caducan, lo que puede llegar a caducar es la creencia y la fe de las personas con quien los comparte.
Quisiera verlo tan grande como solía hacerlo cuando niño, quisiera se supiera él mismo tan grande como siempre ha sido y que uno se puede llenar de polvo más de alguna vez en esta vida, pero que siempre, irremediablemente se sigue adelante, que los sueños no caducan, lo que puede llegar a caducar es la creencia y la fe de las personas con quien los comparte.