martes, 21 de octubre de 2025

Rojo

Cuando una relación se rompe, muere un dialecto. Enamorarse redescubrirse reaviva la alegría infantil de inventar palabras, un Génesis verbal.

Forjamos frases que evocan un recuerdo compartido, sobreentendidos, expresiones corrientes con sentidos ocultos. Ideamos apodos, inflexiones nuevas - nuestras -, claves imposibles de entender fuera del círculo mágico.

Nos excita ser comprendidos solo por los más íntimos. Y cuando al amar vamos explorando un cuerpo aún desconocido, creamos, dando nombre a sus rincones, una cartografía física cuyos topónimos nadie más pronunciará.


-IRENE VALLEJO

domingo, 24 de agosto de 2025


-Mi abuela solía usar sus chales más especiales sólo para ocasiones que lo ameritaban, como en las reuniones de los charros cuando mis tíos asistían a algún campeonato regional; uno de ellos de seda en color azul turquesa con amarillo. A partir de la muerte de José en aquel aparatoso choque a la salida de la ciudad, donde mi abuelo atendió personalmente al lugar del accidente, nunca más volvió a asistir a alguna de esas reuniones ni jamás volvió a usar ese chal.

-Estuvo guardado casi más de 45 años hasta que llegó a las manos de Alejandrina, que con su talento, de él dio vida a un oso de peluche que se quedó Ana Paula, y un corazón que me tocó a mi, desde ahora tengo el corazón de mi abuela, cada que lo tomo en mis manos y lo acerco a mi, puedo jurar que todavía huele a ella.

-Tengo el mejor amuleto, talismán o reliquia que cualquier alquimista podría desear, desde ahora tengo en mis manos el corazón de mi abuela.




sábado, 21 de junio de 2025

-Hace unas cuantas noches pasé por tu antigua casa mientras manejaba de madrugada por la ciudad para así poder lograr dormir un poco, práctica recurrente desde hace algunos años.

Es tan raro verla ocupada por gente extraña que sólo se conocen entre si, durante mucho tiempo evitaba siquiera la cercanía con tal de no toparme con apariciones de alguien más, excepto claro cuando llevaba a lavar mi auto en aquel lugar que queda a justo 217 pasos de aquella puerta.

Ese fue el último domicilio conocido donde te ví,  te estuve ayudando a empacar de forma terrible la cristalería días antes de que entregaras las llaves del lugar. Ese breve tiempo ahí me sentí por un momento en Casa, aún con todo aquello embalado y listo para tu mudanza, me llevé de ahí unos plumones de bolsillo y un Pingüino Rodríguez de crochet.

Nunca te lo dije, pero la última noche antes de irme de viaje, pasé de madrugada por fuera de esa casa, tenías la luz prendida y la persiana a medio abrir, y aún con el riesgo de ser descubierto merodeando, te lancé un beso hacia aquella ventana que fué tu habitación.